Marcos Rodriguez-Frese

Eslabón desprendido

El ojo mecánico nada ve.

Se abroquela en su brillo

redondo, y es como una

pobre ilusión de su imagen.

Lo he hallado a plena calle,

como a los amore más pobres, lo mismo

que a los charcos que nos da la lluvia.

Un día, también, tuve en mi mano

a una perla artificial desnuda, y

parecía el ojo brotado de algún pez.

(El ojo rojo de un caballo tuerto,

visto hoy tarde, aún hiere, pero

nada tiene en común con el prestigio).

Apenas se apresura mi pulso

al tocarlo. El tacto es, no obstante,

otro engaño discutible a los ojos.

(Este es el señor de que te hablaba.

Conviene su amistad; ten tacto).

El ojo mecánico no sufre; solo,

vuelve a su círculo. Entonces, sin pupila,

se refocila en la discreta obscuridad

de ese anochecer en que no importa.

Finalmente, es como un hombre solo

que sufre solo frente al público.

Solo, como el asfalto sin la lluvia,

que distiende, callando, su tristeza.