Eslabón desprendido
El ojo mecánico nada ve.
Se abroquela en su brillo
redondo, y es como una
pobre ilusión de su imagen.
Lo he hallado a plena calle,
como a los amore más pobres, lo mismo
que a los charcos que nos da la lluvia.
Un día, también, tuve en mi mano
a una perla artificial desnuda, y
parecía el ojo brotado de algún pez.
(El ojo rojo de un caballo tuerto,
visto hoy tarde, aún hiere, pero
nada tiene en común con el prestigio).
Apenas se apresura mi pulso
al tocarlo. El tacto es, no obstante,
otro engaño discutible a los ojos.
(Este es el señor de que te hablaba.
Conviene su amistad; ten tacto).
El ojo mecánico no sufre; solo,
vuelve a su círculo. Entonces, sin pupila,
se refocila en la discreta obscuridad
de ese anochecer en que no importa.
Finalmente, es como un hombre solo
que sufre solo frente al público.
Solo, como el asfalto sin la lluvia,
que distiende, callando, su tristeza.