Disolvencia con fantasma
En mis recuerdos un fantasma augusto
se sienta frente a mi todas las tardes
y nos ponemos a conversar.
Posiblemente sólo llega a orar
y yo le sigo en sus jaculatorias;
o es que su propósito es ponerme al tanto
de su complicación con las batallas
más antiguas de nuestras sangres.
Yo la señalo y digo algo.
Mi madre dice que la aparecida
es la abuela recién muerta
y comienza a desmadejar raíces
de ilustres desconocidos,
a través de los cuales ascendió hasta nosotros
esta tristeza de estirpe.
Afuera
más allá de las voces familiares,
está rugiendo un monstruo que sin yo saberlo
me tiene ya atrapado en sus entrañas;
y aquella buena vieja quizás vino
de algún país de nardos a advertírmelo.
Después cayó una niebla de mil años
en otro espacio,
junto a otras voces,
y me veo arrinconado contra el frío
por la sombra tremenda de mi padre
quien nunca pudo sacarse del alma
su propio niño desamparado.
Atrás,
en una patria lejana
y con un solo cuarto pequeño
pero capaz de acomodar toda la soledad del mundo,
quedaron mi cuna y el camastro
de aquel fantasma en que me hundo,
todas las tardes y a la misma hora,
hasta el primer retumbo de estos verbos.