María
La muerte llega con un gesto de burla, a quebrar su nombre entre las fábulas.
María, más pequeña que un dedal, detiene el paso.
Al verla, los árboles se empinan sobre sus raíces, con una curiosidad
que los agiganta. Y ella, traslúcida, descalza, débil, recién desgajada
en la noche, cae contra el suelo.
Todo su mundo está dentro de un bote de vidrio, donde desaparecen los
aromas frutales y el canto áspero de los grillos.
María no conoce más que las hilachas de un harapo perdido, la basura
de un parqueo, las moscas, las navajas, y de como apagar la sed
de los perros callejeros.
Derrotada, torva y trágica, desanuda el miedo en las luciérnagas.
Le tiemblan las rodillas, mientras su vientre se contrae. Vuela entre
sus piernas un cometa de luz.
No hay carruajes de princesas, sólo una niña sin sonrisa con puñales hendidos
en los sueños, y una impotencia que ahoga mi palabra.
(De Los niños viejos)